Frente a todo tipo de ejercicios de gobierno y control, los seres humanos han sabido proveerse, desde siempre, de comunidades clandestinas, de colectividades anónimas. Esta ardua y perseguida labor ha generado un diversos tipos de espacios de
invisibilidad, maravillosos puntos ciegos que funcionan
como perfectos "contra-lugares".
Ya lo realizaron los
piratas y corsarios a lo largo de los siglos XVII y XVIII construyendo ciudades
escondidas para amasar tesoros robados a los saqueadores europeos; lo hicieron
también los Negros creando pequeñas comunidades ocultas,
refugios en la época del esclavismo abierto y transatlántico; ya lo hicieron
también comunidades anarquistas y hippies a lo largo de los siglos XIX y XX consolidando
falansterios y granjas auto-suficientes en las cuales la distribución de las labores y
excedentes era altamente equitativa en un mundo gobernado por la venta de la
fuerza de trabajo y la extracción de plusvalía; y lo realizan hoy, en todo el
mundo, un sin número de iniciativas multiformes como el movimiento Okupa, que
ingresa subrepticiamente en casas abandonadas para retomarlas y crear espacios
de intercambio cultual en mitad de la bonanza o la crisis inmobiliaria.
Muchos de estos experimentos cayeron presas de la violencia de las instituciones militares y navales; algunos otros cayeron víctimas de su propio éxito ó del fracaso de sus expectativas. Y unos más aparecen y desaparecen cotidianamente en los rincones de la ciudad, bajo el halo efímero de su propia existencia.
Agradecemos a los parceros del RedDesk por este texto.